Si la armonía surge de la combinación de razón y emoción, nos sentimos conectados con ella cuando recorremos Barcelona. En sus edificios, en sus viales y en sus infraestructuras hemos aportado tanto como nuestro saber y visión han sido capaces de generar mientras que nuestro corazón ha sentido, en cada necesidad resuelta, la emoción de estar haciendo algo que es más grande que nosotros mismos, que nos transciende porque siempre está al servicio de los demás, de la comunidad.
Estamos listos, preparados, conscientes de lo que hemos hecho, de lo vivido. Nuestra mirada sobre la ciudad de Barcelona nos devuelve el eco de nuestra entrega, y con ella va todo lo que somos, el conocimiento que nuestra mente atesora y la emoción que late en nuestro corazón.
Qué difícil es estar ahora en Montjuic sin rendir un agradecido tributo al recuerdo de nuestros días en el Palau junto al equipo del arquitecto japonés Arata Isozaki. Colaboramos en la implantación del sistema de megafonía. Una instalación de alta complejidad, pero sentimos mucho más, sentimos que esos Juegos Olímpicos iban a acercar realmente culturas, como ya estaban haciendo con nosotros, que colaborar y compartir con alguien diferente, no es hacerlo con alguien distinto, ajeno, ni mucho menos.
No tenemos que andar demasiado. Aquí mismo está el Estadio Olímpico y nuestra tarea es medir el tiempo. Hay que instalar sobre el terreno las líneas de transmisión de datos para el cronometraje oficial Seiko de las pruebas olímpicas. Pronto nos damos cuenta de que nuestro ingenio iba a ser puesto a prueba. Una leyenda, el hijo del viento, Carl Lewis, nos espera. Sentimos plenamente la responsabilidad de quien debe encontrar respuestas a preguntas inesperadas. Nuestros corazones nunca olvidarán la inmensa alegría al comprobar que lo logramos ¡Sí! ¡Podríamos medir el tiempo! El método de instalación que ideamos a pie de pista fue capaz de establecer con solvencia la necesaria alianza con el implacable Cronos.
Quizás esta sea nuestra particular montaña sagrada. Apenas un poco más abajo, en su falda, nos espera la fantasía de unas fuentes que son mucho más que agua y color. Aquí, junto a unas impecables bombas de bronce fosforoso de 1928, instalamos un sistema de comunicación para llamadas de emergencia y control de los puestos de maniobras de las fuentes y los surtidores que van desde el Palacio Nacional a la Plaza España. Nada que decir, solo rendir homenaje al ingenio capaz de generar tanta belleza y tanta magia, y también sentirnos orgullosos de poner nuestro trabajo a su servicio y de cuantos lo disfrutan.
Partimos, pero no queremos dejar la línea del mar que nos dibuja el horizonte mientras nos envuelve con su cultura. Casi nos precipitamos en sus aguas, estamos en el Puerto de Barcelona, un torrente inimaginable de mercancías transitan por él a través de poderosas y ruidosas cintas. Todo en el puerto está vivo, hasta el punto que algunas cosas, como la soja, incurren en el riesgo de generar una atmósfera explosiva. Nuestra tarea es estudiar su transformación evitando peligrosos conflictos al hacerlo. La marea de vida que el Puerto toma del mar, no debe dar lugar más que a nueva vida.
Como si por un instante estuviéramos dotados de las fantásticas botas capaces de caminar leguas, damos un salto y con el debido respeto entramos en el recinto de la Universidad de Barcelona, en su lugar de siempre, en la Plaza Universidad. Portadores del viento de la modernidad, vamos a instalar una red de comunicación de nueva generación y sus primeras antenas Wifi. Ingenieros, trabajamos codo con codo con artesanos, especialmente de la madera. Suelos, mobiliario, adornos de paredes y techos no deben sufrir menoscabo alguno por la llegada de lo nuevo. Aquí, donde tantas lecciones se han impartido, nosotros seguimos aprendiendo que solo importa el conocimiento que se comparte y se entrega a la comunidad.
Un nuevo salto nos lleva a la falda de la otra montaña que apadrina Barcelona: el Tibidabo. Partimos de un lugar pleno de ayer y que también es hoy, para llegar a otro que es hoy y que nos trae el mañana a grandes zancadas. En el edificio modular del Parque Científico de Barcelona nos ocupamos de la instalación de una red de categoría 6 para el laboratorio de imagen de resonancia magnética. Nuestro equipo de trabajo cuenta con la estimulante presencia de alumnos de nuestros cursos de formación. Una vez más aprendemos, nos integramos en un equipo multidisciplinar de alto rendimiento, que al tiempo nos hace sentir aprendices y maestros. Quizás ya siempre todo tenga que ser así, que todos estemos llamados a enseñar algo a condición de que nunca queramos dejar de aprender.
Casi no nos movemos, y lo hacemos sin poder evitar sentirnos realmente pequeños ante la magnificencia de lo que percibimos. En el Barcelona Supercompunting Center con el Supercomputador Mare Nostrum, realizamos el estudio técnico para definir la viabilidad de conectar las CPD del Campus Norte con el Supercomputador. Todo es exuberante, desde la capacidad de procesamiento hasta el consumo energético. Nuestra pequeñez no nos impide aplicarnos en la aportación de soluciones, si bien al mismo tiempo una reflexión nos acompaña. Todo es tan imponente. Sí ¿Realmente siempre podremos tenerlo a nuestro exclusivo servicio?
Nos deslizamos por la falda de la montaña, hacia la imaginaria línea perpendicular central de la ciudad y entramos en el edificio del CosmoCaixa. En él nos ocupamos de diseñar instalaciones y asesorar en materia de seguridad. Somos conscientes que muchas veces son los más pequeños quienes los disfrutan, sentimos vivamente que aquí estamos al servicio de su desarrollo intelectual, cultural, en suma como personas. Queremos ser garantes de que todo eso resulte seguro, fiable y que con ello las niñas y los niños se sientan cuidados, atendidos. Nuestro semblante tiene la misma mirada ilusionada que la de tantas caritas sorprendidas ante todo lo que descubren a cada paso, por ellas, por sus sonrisas, nuestra tarea deviene trascendente, lo sabemos y nos aplicamos en su servicio.
Nos vamos, abandonamos el perímetro de la ciudad, solo para acudir allí donde sin él la ciudad sería impensable, tan sola y aislada como obsoleta. Estamos en el Aeropuerto de Barcelona. Nuestra tarea es proponer medidas de eficiencia energética, de ahorro neto y claro. Lo hacemos mientras nos internamos en las entrañas de una obra faraónica que es una de las realizaciones de ingeniería más grandes ejecutadas en nuestro país. Nuestra admiración no nos impide apuntar, aquí y allá, medidas de optimización. Hay recorrido, hay mucho recorrido en esto y debemos caminarlo cuanto antes mejor.
Miramos de nuevo hacia Barcelona, queda mucho por narrar, quizás nuestra memoria no pueda hacerlo ahora, pero también están en ella hoteles como El Plaza, el Catalonia o el Hilton, el Gran Teatro del Liceo, los túneles de la Ronda Litoral y también los de Vallvidriera, las nuevas facultades de Geografía e Historia y Filosofía, el pabellón de la República, el Hospital de Sant Pau, los Hogares Mundet, la Facultad de Medicina en el Hospital Clínico, el Palau de les Heures y hasta el propio Ayuntamiento de Barcelona. Lugares donde hemos podido entregar nuestro conocimiento y junto con él, nuestra emoción.
Sí, la armonía surge de la combinación de la razón y la emoción, de las manos que responden al gesto del ingeniero que deviene esforzado artesano de la ciencia por amor a su tarea. Con humildad y con decisión, ofrecemos nuestro conocimiento y con él nuestra entrega, conscientes que todo deviene todavía más hermoso, más fecundo, si en el resultado va la mejora de todos, de nuestra comunidad. Qué en ello nos acompañe el “Gaman”, el pez que en primavera hacen ondear las familias japonesas, qué como él seamos capaces de tener decisión para afrontar los obstáculos, de persistir en el intento con paciencia y dignidad. Siempre, por mayor que parezca el desafío, el reto.
Confiamos en nuestra capacidad porque confiamos en la capacidad de todas las personas que saben que su conocimiento solo sirve si es entregado con respeto, humildad y amor por lo que hacen.
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Vicente y Antonio y Xavier y Ernesto y Javier y V. Requena y Silvia y 20 personas más.
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